Hay rutas que no tienen retorno. Uno las va caminando cometiendo errores y mirando atrás para no perderse. Aquí no es lo mismo, solo hay tres opciones arriba, abajo o detenerse. En estos momentos estoy viendo como una luz, una figura humana que se mueve rítmicamente mientras el fuego se detiene y se reanuda. Mirar dentro es más difícil. Vuelvo a mirar hacia las llamas que danzan como bengalas. Tal vez vengan a rescatarme, despacio me voy replegando en mi cuerpo como si fuera una bola invisible y me pierdo hacia arriba con cierto miedo, con esperanza, con desolación, con extrañeza. La tristeza es impalpable, es soledad y encuentro. Y uno se pone a llorar y no sabe como detenerse, se va envolviendo de ese vaho poderoso. Y al final llega el punto de la comodidad. Y casi se vive bien, con esa envoltura que aprieta las sienes y los ojos se nublan de gaviotas. Replegado y escondiendo la cara entre las manos uno se duerme sin sueños, amorfo e indefinido.
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